Es una de las victorias paradójicas feministas. Desde que se declarara el 25 de noviembre como día Internacional contra la Violencia de Género en honor de las dominicanas hermanas Mirabal, en todo el mundo se suceden actos, declaraciones, movilizaciones y proclamas contra la violencia contra las mujeres.
Los primeros años se centraban en el día 25, más tarde fue la semana del 25 y ahora es todo el mes de noviembre. Es un éxito, sin duda; es reconfortante y, sobre todo, año tras año ayuda a sensibilizar a la ciudadanía.
Sin embargo, la violencia contra las mujeres, la violencia de género, lejos de desaparecer, es un fenómeno imparable en plena expansión. A pesar de que aún contamos con información escasa y fragmentaria y de que las cifras disponibles son claramente insuficientes y no homologables entre los diferentes países, las magnitudes de la misma son escalofriantes. Los asesinatos a manos de maridos o compañeros, los crímenes de honor, la mutilación genital femenina, las violaciones y la violación como arma de guerra, la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, las bodas de niñas o lo que algunas autoras han denominado ginocidio refiriéndose al aborto selectivo de niñas o infanticidios de recién nacidas en algunos países de Asia, son solo algunos ejemplos.
Existen en todo el mundo entre 113 y 200 millones de mujeres demográficamente desaparecidas. Cada año, entre 1.5 y 3 millones de mujeres y niñas pierden la vida como consecuencia de la violencia o el abandono por razón de su sexo. Como publicó hace años The Economist, “cada periodo de dos a cuatro años, el mundo aparta la vista de un recuento de víctimas equiparable al Holocausto de Hitler”.
Si en vez de cifras habláramos de personas y si sustituyéramos las estadísticas por los detalles de sus vidas y las circunstancias de sus muertes, el relato sería insoportable.
Por eso, este noviembre no me resisto a recordar un artículo publicado en 2006 en El País con el título de “Un genocidio contra las mujeres”.
Está escrito por Ayaan Hirsi Alí, una mujer ciertamente polémica pero que en esta ocasión no puede estar más acertada. La autora, tras el repaso de las cifras conocidas sobre la violencia contra las mujeres, concluía:
No son unos asesinatos silenciosos; todas las víctimas proclaman a gritos su sufrimiento. Y no es que el mundo no oiga esos gritos; es que nosotros, los otros seres humanos, preferimos no prestar atención. ¿Cuántos tribunales se han creado para juzgar a quienes cometen estos crímenes? ¿Cuántas Comisiones de la Verdad y la Reconciliación se han instituido? ¿Cuántos monumentos nos recuerdan que debemos llorar la muerte de estas víctimas? ¿Acaso las mujeres son bienes desechables, no del todo personas?
Que no sea éste un noviembre más, repleto de actos para acallar conciencias, un noviembre que recordemos como otros tantos, haciendo recuento de más mujeres asesinadas, sin soluciones, sin cambios. Que sea un noviembre menos, un mes en el que se exijan soluciones para atajar esta barbarie, un mes en el que se trabaje a fondo, 30 días más cerca de la erradicación de la violencia contra las mujeres.
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